Pensaba que Rayuela era un libro para leer con un boli y un cuaderno en la mano.
Anotar subir bajar subrayar buscar,descifrar aquel laberinto poético hipertenso.
Y yo no tenía ninguna de las dos cosas,ni boli,ni papel,ni fuerzas para estirar la tarde.
Una de las páginas se estaba rasgando.
Era el momento de terminar,arrastrar mis huesos cansados a casa.
La quemadura en la mano del día anterior ,la quemadura en los dedos de la semana anterior,
el aceite del falafel,la cafetera funcionando sin agua.
Quizás aquello eran señales.Dos quemaduras en dos semanas.
Quizás debería dejar de jugar con fuego.
Ese fuego.
El viento sur me había despeinado las ideas, aquel otoño que no se aclaraba
prometía una sucesión de dolores de cabeza, ibuprofeno y cerveza fría.
El roiboos borboteaba sereno por el mustio acueducto de mi garganta.
(el camarero había dicho-Lo hago yo mismo-yo respondí-Cómo?-No sé lo compro así)
Recordé mi barrio del pueblo y las hojas papel maché plagando la rambla seca.
El olor a castañas.
Me miré al espejo, ví a mi madre.
Ella decía que eramos exactamente iguales.
Yo rezaba por dentro para que eso no fuera así nunca.
Nunca.
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